Pero… esa aprendiz... ¿quién es? Pues yo misma, la servidora que les escribe estas líneas. Pero no crean que lo soy por si acaso no me va bien en el mundillo universitario -donde por ahora me dan muestras de cariño con prórrogas año a año- y me tengo que dedicar a perseguir sigilosamente a esposos o esposas infieles, recuperar mascotas desaparecidas o sonsacar a famosotes de tres al cuarto… Bueno, dicho así hasta suena entretenido, pero no, centrémonos, me considero una aprendiz de espía por mi chaladura de observar con detalle a todo lo que pasa por delante.Es una manía que no es muy agradable, sobre todo para el observado, pero también para quien me acompaña en el momento en que entro en estado de shock y mi mirada se clava en el más mínimo detalle de quien se pone a tiro. The Monch, en más de una ocasión me ha llamado la atención cuando notaba que el objeto de mi fijación se sentía realmente incómodo… En mi defensa, he de decir que no lo hago por curiosidad o cotilleo, para eso dejo a los del Tomate, simplemente siempre me ha gustado observar a la gente, como se mueve, gesticula, viste… La conversación es lo de menos, hasta en ocasiones me invento en mi cabeza diálogos absurdos que seguro que nada tienen que ver con lo que hablan en realidad, pero que tienen más miguilla: - Vaya, nunca pensé que llegarías a acompañar a tu nieto al concierto de Iron Maiden… (le dice una octogenaria a otra mientras saborea la manzanilla reparadora de después de comer). – En algún sitio tenía que estrenar mi muñequera de pinchos y macramé, de paso lo vigilaba mientras coreaba 666 the number of the beast. A propósito, a ver si compro un décimo con esa terminación, que seguro que me dará suerte…
Este comportamiento también lo traslado a mis quehaceres diarios, es decir, a las clases. Es completamente normal, tienes enfrente a 60 personas que casi no conoces y que además también te observan con atención, y no sé si atreverme a decir, que en ocasiones con malicia en busca de la equivocación… Pues Tocotó les paga con la misma moneda. Hay determinados alumnos que me llaman la atención, por el pelo, las gafas, ¡¡¡qué me hagan caso!!!... y no puedo evitar dirigirme sólo a ellos en cada una de las horas de clase que imparto. No sé si se sentirán incómodos ante tal comportamiento, pero a decir verdad, no recuerdo que ninguno dejase de venir por miedo a la profesora chiflada… Hoy mismo, ante una prueba escrita de la mitad del temario, me di cuenta que vigilaba siempre a los mismos, cualquier movimiento sospechoso, una mirada perdida y ya notaban el rayo vengador que me salía de las órbitas y la cara de pocos amigos... En cambio, aquellos que me resultaban anodinos hubiesen tenido el filón del siglo para copiar, sacar un súper-chuletón o escapar del aula sin que me diese cuenta sino fuese porque esta vez decidí fijarme en esos pupilos olvidados. Descubrí que me dejaba en el tintero a mucha gente y muy a su pesar les dediqué todo el tiempo que quedaba de examen… Al finalizar la prueba decidí que no era justo que sólo se sintiesen el centro de atención unos pocos y que, de ahora en adelante, haré lo posible por rotar semejante privilegio. No sé si alguno lo echará de menos, pero estoy casi convencida que otros muchos, del bando de los olvidados, dejarán de asistir a clase…














