En el post de las tutorías, tras comentarios varios, quedó claro que somos buenos profesores, o por lo menos preocupados por la formación de nuestros alumnos. Aun diría más, creo que los “cuidamos” demasiado bien, con un exceso de material adicional, boletines, resúmenes, “chuletas” oficiales, que incitan a un escaso uso de la bibliografía recomendada, muy útil por otra parte. Otra manera de demostrar que somos buenos es a la vista de las encuestas de evaluación docente, donde salimos bien parados y siempre por encima de la media del departamento, el centro y la universidad.Pero para aquel que todavía no esté convencido ahí va un dato más que nos avala. En muchas ocasiones uno se harta de escuchar la famosa frase de “me suspendió” mucho más utilizada que la más correcta “suspendi”. Esto denota que los alumnos no se fían de nuestro sistema de corrección o bien, están convencidos que usamos el baremo más desfavorable posible a la hora de evaluarlos. Nada más lejos de la realidad…
Lo que voy a relatar ahora procede de una experiencia fomentada por una profesora con la que comparto asignatura. La idea en cuestión era pedirles a los alumnos que antes de entregar un examen, se autoevaluasen y anotasen la calificación que creían que se merecían en el mismo. Una vez entregaron el examen, éste se corrigió en detalle durante la hora siguiente. Tras explicar la solución se les pidió que se autoevaluasen de nuevo. Los resultados fueron los siguientes:
No había diferencias significativas entre la calificación que apuntaron en el examen y la que realmente obtuvieron. En cambio, sí que había diferencias significativas entre nuestra calificación y la que se otorgaron una vez resuelto el examen. En éste último caso, sus notas estaban significativamente por debajo de las que realmente obtuvieron.
Resumiendo, no somos tan malos como nos pintan, somos unos fenómenos haciendo contrastes para muestras relacionadas y no tenemos abuela ;-)
